Su madre se puso frente a ella
con una taza de café humeante en una mano, y en la otra un platito con un trozo
de bizcocho que sostenía una vela con un 26.
- Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseo mi
niña, cumpleaños feliz. -Casi como un susurro Carmen lo cantó, para que este
momento solo quedase entre las dos.-
- Gracias mamá, pero sabes que lo que menos me apetece
es celebrar mi cumpleaños, casi no tengo ni fuerzas para soplar las velas. -Y
la sonrisa de su madre se desvaneció poco a poco.-
- Ya lo sé mi niña, pero hay que seguir adelante. Te
ha llamado la madre de Mateo y también sus hermanas. Dicen que las niñas solo
hacen que preguntar por ti, y preguntan que cuando podrán venir a verte. -A
Martina se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas hasta que rebosaron sin
límite. -
La familia de Mateo había
estado preocupándose por ella todo este tiempo, y eso que ellos tampoco lo
estaban pasando nada bien. Pero sus sobrinas, esas niñitas que tanto adoraba y
que llevaba sin ver desde hacía tanto tiempo, no se merecían eso.
Claudia y Alba tenían cuatro y
dos años respectivamente, y habían sido las niñas de sus ojos desde el día que
nacieron. Martina siempre había alardeado de la buena relación que tenía con la
familia de Mateo, y es que esas princesitas era como si fuesen sus propias
hijas.
Pero aún no se encontraba con
fuerzas. Sabía que si volvía a tener contacto con todos ellos su mundo se
vendría de nuevo abajo, los recuerdos, las noches de cenas en el jardín, las
celebraciones en familia y Mateo feliz. Todavía no era el momento.
Cuando su madre decidió que era
el momento adecuado le dio un paquete a Martina. Sabía que quizás ese regalo la
haría espabilar o la sumiría en un nuevo estado de depresión del que la
costaría salir. Pero él llevaba planeándolo mucho tiempo y Carmen había sido la
encargada de terminar la tarea, ahora que Mateo no podía.
-
No tenías por qué mamá, sabes que no me gustan estas
celebraciones.
- Tu solo ábrelo, y después me dices que te parece.-
Carmen le acercó el paquete nerviosa por saber que reacción tendría su hija.-
Allí se encontraba, sentada en
su minúsculo salón bajo la atenta mirada protectora de su madre, con un paquete
de color verde pistacho, su preferido.
Sin mucho entusiasmo fue rasgando el
papel poco a poco hasta que encontró otra cajita más pequeña dentro a la que le
acompañaba una nota.
En cuanto abrió el papel y vio
la letra comenzó a llorar. El aire no le llegaba a los pulmones y su madre tuvo
que calmarla, y simplemente dijo:
-
Llevaba planeándolo un montón de tiempo, hazlo por
él, como si estuviese aquí sentado contigo.
Con lágrimas en los ojos comenzó a leer.
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