martes, 22 de noviembre de 2016

Cuando todo es oscuridad



Su madre se puso frente a ella con una taza de café humeante en una mano, y en la otra un platito con un trozo de bizcocho que sostenía una vela con un 26. 

-    Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseo mi niña, cumpleaños feliz. -Casi como un susurro Carmen lo cantó, para que este momento solo quedase entre las dos.-

-       Gracias mamá, pero sabes que lo que menos me apetece es celebrar mi cumpleaños, casi no tengo ni fuerzas para soplar las velas. -Y la sonrisa de su madre se desvaneció poco a poco.-

-      Ya lo sé mi niña, pero hay que seguir adelante. Te ha llamado la madre de Mateo y también sus hermanas. Dicen que las niñas solo hacen que preguntar por ti, y preguntan que cuando podrán venir a verte. -A Martina se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas hasta que rebosaron sin límite. -


La familia de Mateo había estado preocupándose por ella todo este tiempo, y eso que ellos tampoco lo estaban pasando nada bien. Pero sus sobrinas, esas niñitas que tanto adoraba y que llevaba sin ver desde hacía tanto tiempo, no se merecían eso. 

Claudia y Alba tenían cuatro y dos años respectivamente, y habían sido las niñas de sus ojos desde el día que nacieron. Martina siempre había alardeado de la buena relación que tenía con la familia de Mateo, y es que esas princesitas era como si fuesen sus propias hijas. 

Pero aún no se encontraba con fuerzas. Sabía que si volvía a tener contacto con todos ellos su mundo se vendría de nuevo abajo, los recuerdos, las noches de cenas en el jardín, las celebraciones en familia y Mateo feliz. Todavía no era el momento. 

Cuando su madre decidió que era el momento adecuado le dio un paquete a Martina. Sabía que quizás ese regalo la haría espabilar o la sumiría en un nuevo estado de depresión del que la costaría salir. Pero él llevaba planeándolo mucho tiempo y Carmen había sido la encargada de terminar la tarea, ahora que Mateo no podía. 

-       No tenías por qué mamá, sabes que no me gustan estas celebraciones.

-     Tu solo ábrelo, y después me dices que te parece.- Carmen le acercó el paquete nerviosa por saber que reacción tendría su hija.-



Allí se encontraba, sentada en su minúsculo salón bajo la atenta mirada protectora de su madre, con un paquete de color verde pistacho, su preferido. 
Sin mucho entusiasmo fue rasgando el papel poco a poco hasta que encontró otra cajita más pequeña dentro a la que le acompañaba una nota. 

En cuanto abrió el papel y vio la letra comenzó a llorar. El aire no le llegaba a los pulmones y su madre tuvo que calmarla, y simplemente dijo: 

-     Llevaba planeándolo un montón de tiempo, hazlo por él, como si estuviese aquí sentado contigo. 
     
  Con lágrimas en los ojos comenzó a leer.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Cuando pasa el tiempo.

Han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos, quizás unos 10 años. Quizás nuestro encuentro haya sido casualidad, o el destino nos tenía preparado este momento para nosotras, para recordar y rememorar todos eso años de risas, llantos y diversión.

Tan sólo éramos unas niñas cuando nos conocimos, tu tenías esa cara de "niña terremoto" que hacía que todos pensaran que cuando menos se lo esperaban ibas a liar alguna, y que razón llevaban.  Tu flequillo recto y tu pelo a cazuelita te daban un aire de niña buena, que se veía empañado por esos cuatro dientes que te quedaban y por esa cicatriz en el moflete derecho.



Compartimos nuestros mejor años, crecimos juntas. Aún recuerdo el día en que me contaste que te gustaba Jorge, el mismo que a todas. Nos tenía loquitas y por él tuvimos nuestra primera pelea, con 7 años. Nos dejamos de hablar, nos enfadamos, pensábamos que ya no seríamos más amigas, pero nos duró 2 horas. Al final Jorge acabó rendido a los bollicaos, los donuts y las magdalenas, prefería comerse un buen dulce a estar pendiente de una chica a su alrededor.

Fuimos creciendo y nos separaron de clase, pero para todo había solución, fuimos redactando todos nuestros pensamientos, tonterías, ñoñerías en cartas que nos dábamos en el descansito de los 5 minutos, al final de día....



Y apareció David, y tus hormonas revolucionadas en plena edad del pavo te hicieron volverte loquita por él,  tanto que decidiste dejarlo todo y marcharte a emprender una aventura con él allá donde os deparase el destino.

Todo nuestro contacto se perdió hasta hoy. Te he visto después de 10 años, no has cambiado mucho, pero ahora llevas a una niña de tu mano, rubia, con flequillo recto y pelito a cazuela. Ha sido como si te hubiese visto a ti de pequeña.
Tú probablemente ni me has visto, ibas embelesada mirando a David, se que era él porque le mirabas igual que el primer día que pasó por delante nuestro en el Instituto. 

Quizás sea culpa de las dos haber perdido el contacto, quizás algún día volvamos a coincidir, porque tengo muchas cosas que contarte, probablemente nuestros niños tengan la misma edad, y quizás te sorprenderás al saber que Jorge abandonó los donuts, se aficionó al gimnasio y ahora estamos casados.

Tu amiga por siempre.




martes, 30 de agosto de 2016

Dura realidad


20 de abril de 2015

Como cada mañana Martina empezó su día remoloneando en la cama, eso que tanto le gustaba hacer. El despertador había sonado hacía por lo menos 20 minutos, pero había estado retrasando el momento de levantarse, de afrontar el día que quizás menos le gustaba del año. 

Mientras en su cabeza se amontonaban los motivos para no responder el teléfono durante todo el día, y no leer ni un Whatsapp, un potente olor a café recién hecho inundó su habitación.
En ese momento lo único que quiso fue corroborar con su mente, que anoche se había acostado sola, y que la botella de vino blanco que se había tomado no le había llevado a hacer ninguna tontería. Sabía que cuando se pasaba con el alcohol, su móvil se convertía en su peor enemigo, y más ahora que se sentía tan sola. 

Se levanto sin hacer ruido y cuando llego a la minúscula cocina- salón descubrió que la artífice de tan exquisito olor era su madre, que había decidido presentarse en casa y hacer de anfitriona. Carmen, que dio un brinco al ver a su hija con tales pintas, sonrió y dijo con esa alegría que le caracterizaba: 

-       ¡Felicidades cariño! Café y bizcocho de nata, como siempre.- Y una sonrisa de lado a lado inundó su cara de muñeca de porcelana, que a sus 60 años conservaba a la perfección.-

Martina, abrazó a su madre sabiendo que era la única compañía que se permitiría tener hoy.
Ella no acostumbraba a entrar en casa sin avisar, y mucho menos a ponerse a cocinar. Pero desde que Mateo se había ido, cada vez pasaba más por casa, y es que Martina la tenía preocupada. 

Hacia unos meses todo era perfecto, ella y Mateo estaban felices por haber encontrado el piso en el que poder empezar su vida juntos, y más ahora que ambos tenían un trabajo estable después de tanto tiempo de ir dando tumbos por diferentes empresas. Incluso habían pensado en dar el paso y casarse, aunque Martina no era mucho de celebraciones y prefería algo íntimo, le encantaba ver como Mateo fantaseaba con la idea de poder reunir a toda su familia.  

Pero en tan solo unos meses todo se había esfumado. Ahora, su piso en plena costa gallega se le hacía un mundo, llevaba sin ir a trabajar 3 meses debido a su baja por depresión, y no tenía esperanzas de volver en mucho tiempo. Su única idea era vivir bajo las sábanas, comer sándwiches y ensaladas y ver películas moñas con las que poder llorar sin motivo alguno. 

Hace unos cuatro meses Martina estaba en casa preparando una cena especial, ya que era el último día de Mateo en alta mar. Por fin había conseguido que esa empresa de telecomunicaciones le citase para una entrevista hace unas semanas, y hoy había recibido la noticia de que en unos días se incorporaría a la plantilla de manera indefinida.

Faltaban apenas dos horas para que el pesquero llegara a puerto después de todo el día faenando a unas cuantas millas de la costa. Martina se había puesto uno de los vestidos preferidos de él, unos tacones rojos, y se había maquillado como hacía meses no lo hacía.
Repasó mentalmente la lista para comprobar que nada se le había olvidado:

  •  Cena
  • Vino blanco
  • Tarta de queso (la preferida de Mateo)
  • Velas
  • Pijama sexy bajo la almohada
  • Regalo de Mateo

Aunque su economía no es que fuera muy potentosa desde que se habían mudado a vivir juntos, decidió que este paso positivo que iba a dar Mateo necesitaba un detalle, y le compró una camisa y una corbata para que el primer día fuese hecho un pincel. 

Una vez chequeado todo decidió sentarse a ver la tele, aún quedaba por lo menos una hora hasta que Mateo llegase cantando por el rellano, y hoy con más motivos. 

Eran las 21:00 por lo que las noticias ocupaban la parrilla de casi todas las cadenas. De pronto, la copa de vino que sostenía en sus manos cayó al suelo y se hizo añicos. La cara de Martina se desconfiguró, notaba que se le cortaba la respiración y quedó en estado de sock.
Acababan de confirmar en la televisión que un barco pesquero había naufragado en alta mar. Todo cuadraba, localización, nombre del barco, mercancía… 

Martina no se lo creía, solo pudo hacerse un ovillo en el sofá y esperar. Tenía que haber un error. Mateo entraría por la puerta como mucho en una hora. Pero no llegó, y el mundo de Martina se desvaneció.