martes, 30 de agosto de 2016

Dura realidad


20 de abril de 2015

Como cada mañana Martina empezó su día remoloneando en la cama, eso que tanto le gustaba hacer. El despertador había sonado hacía por lo menos 20 minutos, pero había estado retrasando el momento de levantarse, de afrontar el día que quizás menos le gustaba del año. 

Mientras en su cabeza se amontonaban los motivos para no responder el teléfono durante todo el día, y no leer ni un Whatsapp, un potente olor a café recién hecho inundó su habitación.
En ese momento lo único que quiso fue corroborar con su mente, que anoche se había acostado sola, y que la botella de vino blanco que se había tomado no le había llevado a hacer ninguna tontería. Sabía que cuando se pasaba con el alcohol, su móvil se convertía en su peor enemigo, y más ahora que se sentía tan sola. 

Se levanto sin hacer ruido y cuando llego a la minúscula cocina- salón descubrió que la artífice de tan exquisito olor era su madre, que había decidido presentarse en casa y hacer de anfitriona. Carmen, que dio un brinco al ver a su hija con tales pintas, sonrió y dijo con esa alegría que le caracterizaba: 

-       ¡Felicidades cariño! Café y bizcocho de nata, como siempre.- Y una sonrisa de lado a lado inundó su cara de muñeca de porcelana, que a sus 60 años conservaba a la perfección.-

Martina, abrazó a su madre sabiendo que era la única compañía que se permitiría tener hoy.
Ella no acostumbraba a entrar en casa sin avisar, y mucho menos a ponerse a cocinar. Pero desde que Mateo se había ido, cada vez pasaba más por casa, y es que Martina la tenía preocupada. 

Hacia unos meses todo era perfecto, ella y Mateo estaban felices por haber encontrado el piso en el que poder empezar su vida juntos, y más ahora que ambos tenían un trabajo estable después de tanto tiempo de ir dando tumbos por diferentes empresas. Incluso habían pensado en dar el paso y casarse, aunque Martina no era mucho de celebraciones y prefería algo íntimo, le encantaba ver como Mateo fantaseaba con la idea de poder reunir a toda su familia.  

Pero en tan solo unos meses todo se había esfumado. Ahora, su piso en plena costa gallega se le hacía un mundo, llevaba sin ir a trabajar 3 meses debido a su baja por depresión, y no tenía esperanzas de volver en mucho tiempo. Su única idea era vivir bajo las sábanas, comer sándwiches y ensaladas y ver películas moñas con las que poder llorar sin motivo alguno. 

Hace unos cuatro meses Martina estaba en casa preparando una cena especial, ya que era el último día de Mateo en alta mar. Por fin había conseguido que esa empresa de telecomunicaciones le citase para una entrevista hace unas semanas, y hoy había recibido la noticia de que en unos días se incorporaría a la plantilla de manera indefinida.

Faltaban apenas dos horas para que el pesquero llegara a puerto después de todo el día faenando a unas cuantas millas de la costa. Martina se había puesto uno de los vestidos preferidos de él, unos tacones rojos, y se había maquillado como hacía meses no lo hacía.
Repasó mentalmente la lista para comprobar que nada se le había olvidado:

  •  Cena
  • Vino blanco
  • Tarta de queso (la preferida de Mateo)
  • Velas
  • Pijama sexy bajo la almohada
  • Regalo de Mateo

Aunque su economía no es que fuera muy potentosa desde que se habían mudado a vivir juntos, decidió que este paso positivo que iba a dar Mateo necesitaba un detalle, y le compró una camisa y una corbata para que el primer día fuese hecho un pincel. 

Una vez chequeado todo decidió sentarse a ver la tele, aún quedaba por lo menos una hora hasta que Mateo llegase cantando por el rellano, y hoy con más motivos. 

Eran las 21:00 por lo que las noticias ocupaban la parrilla de casi todas las cadenas. De pronto, la copa de vino que sostenía en sus manos cayó al suelo y se hizo añicos. La cara de Martina se desconfiguró, notaba que se le cortaba la respiración y quedó en estado de sock.
Acababan de confirmar en la televisión que un barco pesquero había naufragado en alta mar. Todo cuadraba, localización, nombre del barco, mercancía… 

Martina no se lo creía, solo pudo hacerse un ovillo en el sofá y esperar. Tenía que haber un error. Mateo entraría por la puerta como mucho en una hora. Pero no llegó, y el mundo de Martina se desvaneció.

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