20 de abril de 2015
Como cada mañana Martina empezó
su día remoloneando en la cama, eso que tanto le gustaba hacer. El despertador
había sonado hacía por lo menos 20 minutos, pero había estado retrasando el
momento de levantarse, de afrontar el día que quizás menos le gustaba del año.
Mientras en su cabeza se
amontonaban los motivos para no responder el teléfono durante todo el día, y no
leer ni un Whatsapp, un potente olor a café recién hecho inundó su habitación.
En ese momento lo único que
quiso fue corroborar con su mente, que anoche se había acostado sola, y que la
botella de vino blanco que se había tomado no le había llevado a hacer ninguna
tontería. Sabía que cuando se pasaba con el alcohol, su móvil se
convertía en su peor enemigo, y más ahora que se sentía tan sola.
Se levanto sin hacer ruido y
cuando llego a la minúscula cocina- salón descubrió que la artífice de tan
exquisito olor era su madre, que había decidido presentarse en casa y hacer de
anfitriona. Carmen, que dio un brinco al ver a su hija con tales pintas, sonrió
y dijo con esa alegría que le caracterizaba:
-
¡Felicidades cariño! Café y bizcocho de nata, como
siempre.- Y una sonrisa de lado a lado inundó su cara de muñeca de porcelana,
que a sus 60 años conservaba a la perfección.-
Martina, abrazó a su madre
sabiendo que era la única compañía que se permitiría tener hoy.
Ella no acostumbraba a entrar
en casa sin avisar, y mucho menos a ponerse a cocinar. Pero desde que Mateo se
había ido, cada vez pasaba más por casa, y es que Martina la tenía preocupada.
Hacia unos meses todo era
perfecto, ella y Mateo estaban felices por haber encontrado el piso en el que
poder empezar su vida juntos, y más ahora que ambos tenían un trabajo estable
después de tanto tiempo de ir dando tumbos por diferentes empresas. Incluso
habían pensado en dar el paso y casarse, aunque Martina no era mucho de
celebraciones y prefería algo íntimo, le encantaba ver como Mateo fantaseaba
con la idea de poder reunir a toda su familia.
Pero en tan solo unos meses
todo se había esfumado. Ahora, su piso en plena costa gallega se le hacía un
mundo, llevaba sin ir a trabajar 3 meses debido a su baja por depresión, y no
tenía esperanzas de volver en mucho tiempo. Su única idea era vivir bajo las
sábanas, comer sándwiches y ensaladas y ver películas moñas con las que poder
llorar sin motivo alguno.
Hace unos cuatro meses Martina
estaba en casa preparando una cena especial, ya que era el último día de Mateo
en alta mar. Por fin había conseguido que esa empresa de telecomunicaciones le
citase para una entrevista hace unas semanas, y hoy había recibido la noticia
de que en unos días se incorporaría a la plantilla de manera indefinida.
Faltaban apenas dos horas para
que el pesquero llegara a puerto después de todo el día faenando a unas cuantas
millas de la costa. Martina se había puesto uno de los vestidos preferidos de
él, unos tacones rojos, y se había maquillado como hacía meses no lo hacía.
Repasó mentalmente la lista
para comprobar que nada se le había olvidado:
- Cena
- Vino blanco
- Tarta de queso (la preferida de Mateo)
- Velas
- Pijama sexy bajo la almohada
- Regalo de Mateo
Aunque su economía no es que
fuera muy potentosa desde que se habían mudado a vivir juntos, decidió que este
paso positivo que iba a dar Mateo necesitaba un detalle, y le compró una camisa
y una corbata para que el primer día fuese hecho un pincel.
Una vez chequeado todo decidió
sentarse a ver la tele, aún quedaba por lo menos una hora hasta que Mateo
llegase cantando por el rellano, y hoy con más motivos.
Eran las 21:00 por lo que las
noticias ocupaban la parrilla de casi todas las cadenas. De pronto, la copa de
vino que sostenía en sus manos cayó al suelo y se hizo añicos. La cara de
Martina se desconfiguró, notaba que se le cortaba la respiración y quedó en
estado de sock.
Acababan de confirmar en la
televisión que un barco pesquero había naufragado en alta mar. Todo cuadraba,
localización, nombre del barco, mercancía…
Martina no se lo creía, solo
pudo hacerse un ovillo en el sofá y esperar. Tenía que haber un error. Mateo
entraría por la puerta como mucho en una hora. Pero no llegó, y el mundo de
Martina se desvaneció.
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